Pinta en la acera que huele a limpio, a pared recién encalada. Disfruta de la luz blanca, de los colores agostados, de la pulcritud de sus ropas, del  frescor de su cuerpo. Diana juega a la familia imaginaria, con tiza blanca dibuja el plano de su casa. Habita los dormitorios con figuras de papel y, en uno de ellos, tumba a los padres en la misma cama. Se ha hecho de noche,  llega lo oscuro, lo desconocido. En ese momento siente el deseo de intimidad, el deseo de poseer una habitación propia.

Cuando cae la tarde se encuentra con la señora Carmen, a quién pregunta ¿por qué los padres siempre duermen juntos? Ella responde  tú sabes mucho, como si saber fuese algo malo,  y a su vez  la señora Carmen le pregunta ¿a qué juegas tú sola?  Diana la mira sin saber poner nombre a sus deseos.

Cada día corre hasta que llega a su colegio. Es feliz. Sale de su casa, atraviesa un cruce, sube por una calle, gira a la izquierda y se encuentra con una puerta gigante de hierro, pintada de color marrón. Ese día emocionada sube al autocar para ir de excursión. Nota un agujero en el estómago, se excita y el cuerpo se le encoge, una sensación intensa de pérdida de control.  Embriagada de una enorme  curiosidad, recuerda cuando monta en bicicleta. Coge velocidad, se siente muy segura y,  primero suelta una mano, después la otra y a continuación las dos. Ese poder le infunde placer, no le asusta, no lo nota en el cuerpo, es  un reto, se lanza y disfruta del más difícil todavía. Siente equilibrio, capacidad de concentración y liberación.

Su padre que es un hombre delgado y sonriente, le suele decir que ella va  a ser peluquera, otras veces, decoradora, y también disfruta con las palabras que su padre pronuncia, sintiendo muchas ganas de complacer, es el alimento de sus fantasías y  sus sueños.

Cuando la adolescente  pierde su cuerpo infantil, fallece el padre. Enfadada, otra vez más, no sabe qué le pasa. No quiere continuar, no quiere estudiar, se siente obligada.  Es una niña abandonada, conducida a una  adolescencia difícil marcada por una  profunda tristeza. Es la herencia que generaciones anteriores depositaron en ella. Los traumas de la  enfermedad, de la ignorancia, de la guerra.