Ana, Darío y Gonzalo son tres niños de siete, nueve y once años de edad, que acuden a consulta de psicología para que se les realice una exploración psicológica o psicodiagnóstico porque presentan dificultades en su desarrollo emocional. Sin entrar en la historia previa de los motivos por los que su desarrollo emocional es muy complicado. Los tres casos son niños que sufren mucho.
Ana es una “pequeñita salvaje” muy graciosa, avispada y atrevida. Cualquiera que la observe piensa que se trata de una niña con unas cualidades inteligibles normales, sin embargo cuando se le aplican los tests de inteligencia puntúa muy por debajo de la media en función de los niños de su edad cronológica. Siguiendo los criterios de corrección se podría deducir que padece una deficiencia mental y ello explicaría sus enormes dificultades de aprendizaje. Nos encontramos con una niña que funciona bien en la realización de las tareas de la vida diaria, se asea, se viste, se calza, se relaciona con niños/as, pide lo que necesita, es capaz de colocarse en la primera fila, colarse si es preciso, defenderse si se siente atacada. Mantiene una actitud desasosegada de forma permanente, ya sea en el colegio, actividades extraescolares, casa. Presenta problemas emocionales que bloquean su capacidad de aprendizaje, aprende a hablar a los tres años de edad y en la actualidad apenas lee y escribe, a pesar de estar escolarizada desde el inicio y asistir con regularidad al colegio.
Darío en aspectos cognitivos e intelectuales se posiciona en un perfil adecuado a los niños de su misma edad cronológica. Al igual que Ana presenta dificultades de aprendizaje, bajo rendimiento escolar, que se manifiesta en una actitud muy pasiva, sin interés, continuos olvidos de material, enfados constantes. Reacciona con rebeldía, con llamadas de atención desagradables.
Gonzalo mantiene una adecuada escolaridad y buen rendimiento, se caracteriza por ser un magnífico alumno. Solo tiene un amigo y, en ocasiones, siente que le dan de lado. En casa es imparable. Muy pendiente de la mirada de los otros, excesivamente impulsivo. Con unos celos tremendos de su hermano menor.
A partir de las identificaciones están construyendo una identidad que se vuelve causa de todo lo que les ocurre, dejándoles en una situación sin salida. Por ejemplo a partir de niña desasosegada, niño rebelde, niño imparable se genera una identidad soy… y por eso hago… Hago…y soy… Son niños que no se les puede calmar, que permanecen en una continua desazón. Desde el ámbito en el que se mueven se atienden sus conductas disruptivas, se planean recursos para mejoras en el aprendizaje. En general se habla de su comportamiento de forma peyorativa, lo cual es natural porque se les devuelve aquello que ellos muestran.
En su contexto y en su desarrollo sufren cambios sucesivos, rupturas, procesos de duelo que les generan emociones que no pueden tolerar. Lo intolerable es un malestar que ocurre cuando algo no encaja en lo esperable, cuando no se puede responder de manera satisfactoria a las expectativas de otros, cuando una forma de funcionar en la vida diaria perturba. Estos niños son portadores de lo que ellos rechazan de sí mismo. Su malestar y sufrimiento es la ignorancia, la rebeldía, la oposición. Son formas que usan para defenderse de la angustia que les zozobra. Difícil para un niño/a que se rechaza a sí mismo/a ubicarse como alguien valioso/a.
¿Y si, como profesional, me centro en el sufrimiento del niño? ¿Y si buceamos juntos para saber de sus angustias y sus temores y les ponemos palabras? ¿Y si investigo qué le ocurre para poder ayudarle?
En el trabajo de investigación con el niño respondemos estas preguntas; ¿Para quién es así?, ¿Quién no le puede calmar?, ¿Qué hace que ese niño se presente de ese modo?