Álvaro cuenta con quince años de edad cuando acude a mi consulta acompañado de su padre. Es derivado por un médico neurólogo. Durante el mes de Agosto asistió a un campamento, lo abandona porque se marea y se le nubla la vista. El diagnóstico es “crisis de ansiedad y nervios”.
En la primera entrevista señala: Yo creo que son síntomas psicológicos. Hace un año que murió mi madre.
Interviene su padre. Cuando falleció su madre, durante el primer trimestre, muchos lunes, me llamaba diciéndome que tenía dolores de cabeza, que se sentía mal. Yo pensaba que era una excusa para no ir al colegio. Continúa su padre, Álvaro es un chico muy reservado, que no habla de nada con nadie, a su madre no la menciona para nada”.
Sus datos evolutivos son acordes y adecuados a su edad cronológica. En general es un chico brillante, obtiene buenos resultados académicos. Le gusta el deporte y en la actualidad centra su vida en el colegio y actividades extraescolares. Durante el fin de semana asiste a un club deportivo, donde se relaciona con un grupo de amigos y juega al fútbol, le gusta el golf y el baloncesto.
Cuando le pregunto ¿qué es para ti un psicólogo? Expresa: Es una persona que ayuda a hablar de los temas que más te duelen.
A lo largo de las sesiones habla de dolores de cabeza, mareos, expresa: sentía que perdía el conocimiento, me notaba muy débil, muy cansado. Continúa me estresa hacer la mochila, la reviso una y otra vez, la repaso para asegurarme que llevo todo lo que me hace falta, sobre todo las gafas, tengo miopía desde primero de la ESO.
Posteriormente, a lo largo de varias sesiones, mi madre murió de cáncer, en la segunda quincena del mes anterior a su muerte, me doy cuenta de lo que pasa porque mi madre ya no se movía. Mi padre no me había comentado nada. Cuando me dieron la noticia pegué una patada a una barandilla del colegio, me destrocé el pié. Estuve mucho tiempo sin hablar con nadie, ni con mi padre, ni mis tíos, ni mi hermano. Nunca supe de la enfermedad de mi madre. Yo quise ir al tanatorio y al entierro, pero mi familia pensó que era mejor, mantenernos alejados. Recuerdo a mi madre enferma desde que yo tenía ocho años de edad, pensaba que era un problema digestivo. Mi madre era muy buena, lo daba todo por nosotros, su pelo era corto y pelirrojo, un color muy intenso, muy bonito, yo le daba masajes en la cabeza y le gustaba mucho. Llevo un año sin oír su voz, sin poder hablar con ella. Me siento solo, es como si me faltara una pierna y no tienes un bastón donde apoyarte.
Se siente muy identificado a su madre, habla de sí mismo, como parecido a ella, incluso físicamente. No acepta el fallecimiento de su madre. Nuestro trabajo consiste en que rescate todo aquello que ella pudo transmitirle, sí puede preservar lo que vivió con ella, lo que existió y lo que tuvo. Este caso se enmarca en un ámbito de duelo familiar. El padre sí realiza el duelo, demuestra a Álvaro, que la vida sigue y hay que seguir viviendo. La actitud de su padre es un aliciente.
En general, la no aceptación provoca malestar, enfado, rabia, ofuscación. Aunque el diagnóstico certero de la enfermedad de su madre no lo tuviera, si vivía con una madre enferma. Han sido muchos años de sufrimiento, tanto para él como para su familia. Rescatamos hechos vividos, la cuidaba con sus masajes. Sensaciones compartidas, a los dos les gustaba. Emociones experimentadas, los dos sentían satisfacción, bienestar, alegría. Y lo más bello, lo amoroso y bondadoso que era con ella. Por ello, la pérdida no es absoluta, preserva la herencia que ella le dejó, fue una educadora buena, risueña, alegre y cariñosa.
El objetivo del trabajo es que pueda despedirse, que encuentre el lugar adecuado para que siempre le acompañe, que viva con la impronta del cuidado de esa madre. Que la recuerde sin dolor. Que la despedida sea un aliciente y no un acicate para crear su propio camino. Su madre siempre estará.